Una ventana abierta al cambiante mundo y el esfuerzo por tratar de ajustarse a esa realidad fugaz, a la que llamamos Vida

lunes, abril 18, 2011

La lista en Calameo

No se trata de una adivinanza. Una vieja novela escrita por mí hace diez años y desahuciada
hasta el cansancio por veredictos desfavorables en concursos literarios en la Madre Patria,
poco valorada por editoriales, y rechazada por agentes literarias, se ofrece pública y gratuitamente
como vulgar meretriz a la curiosidad de cualquier sediento vecino de hurgar en lugares no
recomendables (sic) esto medio en broma, medio en serio.
"La lista" novela de espías y oportunistas, de cínicos e idealistas, 298 pliegos en tamaño A4,
el que se usa en Europa aparece en Calameo, su ficha de acceso es

http://www.calameo.com/read/0006241918e6eb432181e



Creo que esa es la puerta de entrada al cuartucho de la desvencijada obra; en caso de no funcionar
pues se encamina a www.calameo.com se hace miembro gratuitamente y en la sección de
búsqueda escriba "La Lista" y le aparecerá un sinfín de títulos que empiezan con La lista del pan, La lista de pagos, etc. Busque y cliquee sencillamente en la primera Lista a secas, esa es la novela. hasta ahora apenas 4 visitas. La muy puta está rabiando porque la abran y la husmeen...También
buscando temas: literatura, e idioma: español, en la relación aparece La lista sin
portada.
Os espero en Calameo,
Wesbri

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sábado, diciembre 25, 2010

ENCUESTA: ¿leería la novela?

AROMAS, SUDORES, Y HABANERAS


LESLIE E BRYON
NOVELA
Copyright © 2011













SIGLO XX






ALFA

I


Recuerdo con nitidez la tarde aciaga del doce de agosto, en tinieblas vislumbro la bata verde, pulcra, del galeno, el contraste con el blanco de la cara carente de emoción. Nunca me habían gustado esas declaraciones solemnes, en las que el orador no refleja sentimiento alguno al pronunciar el veredicto que transformaría la vida, o el curso de la historia humana en los próximos siglos. La voz me llegaba distante, ajena, un rumor de malas noticias envueltas en papel de regalo. Aún vislumbro el desplome, el enorme desgarramiento que sentí en mis entrañas, como si una gigantesca bestia me royera las vísceras. Las palmas de las manos me sudaban, la frente húmeda de rocío corporal, y un ligero escalofrío jugueteaba en la geografía de mi espalda. Por primera vez en la vida sentía miedo, pavor a lo desconocido, a la fragilidad de mi existencia. El temor a ya no ser. No era lo mismo leerlo o verlo en la pantalla del televisor. No, esto era la realidad real, no la otra, la fingida. Me había quedado paralizado, y en medio de tanto estupor, mi voz lejana, aturdida, indagaba de manera idiota:
─ ¿Voy a morir?
─ No podría especificar tanto. Hoy en día la medicina obra milagros. El tratamiento puede alargar la vida.
─ ¿Qué quiere decir? ¿Solamente un milagro? ─Mi vista revoloteaba tras los objetos del pequeño salón de consultas, admiraba la imagen con los músculos de un hombre helénico desprovisto de piel.
─ No, no he querido decir eso. Cálmese, respire profundo, tiene una enfermedad que si se atiende a tiempo el proceso curativo da resultados excelentes. No puedo prometerle nada. No se altere. Le estoy prescribiendo un calmante. Necesita estar calmado para tomar decisiones sobre su salud. ¿Se ha inyectado alguna vez hormonas o esteroides?

No quise escuchar más, me vestí detrás del biombo, lentamente como un condenado a la horca que camina despacio para robarle unos segundos más al aire negro y turbio de la ejecución, y le estreché la mano al especialista quien continuaba con su perorata sobre beneficios y efectos desagradables de la terapia.
─Lo veo en una semana para empezar la quimioterapia. Una píldora diaria antes de acostarse para que se tranquilice. Siga su vida normal. No abuse del alcohol.
Salí huyendo cual un apestado de la oficina del doctor Botana. Ni siquiera me despedí de la secretaria. “hormonas, alcohol, creo que debo cambiar de médico, Botana delira”. Descendí, más bien volé, los escalones de hormigón pintados en verde de los tres pisos del edificio, sin apenas tocar las barandas de hierro. Mi mente apenas atinaba a escabullirse del incierto futuro que me deparaba la suerte, y retornar –de cualquier forma posible- a un pasado pleno de frustraciones y rencores, pero preferible a la incertidumbre que me esperaba. Al salir a la calle tropecé violentamente con un mendigo y ambos caímos al pavimento. Varios objetos vuelan con vida propia hacia distintos rumbos para al cabo fenecer en el duro hormigón que delimitaba la entrada del edificio de cinco pisos de la calle.
─Perdone, no lo vi. Fue mi culpa.
─A mí me pasó lo mismo cuando me detectaron el cáncer. Ya ve, llevo tres años vivo, eso sí perdí mi fortuna en médicos y hospitales.
─Pero yo no tengo cáncer. Es apenas una bolita.
─Tome, la oración de San Pancracio. Léala diariamente diez veces. Le fortalecerá el espíritu. Le calmará el rencor.
Lo miraba incrédulo. Me levanté del suelo y ayudé al hombre para que se pusiese de pie. Recogí mis pertenencias. El desconocido buscaba papeles y una carpeta grande de cuero marrón, y una estilográfica con el logo del doctor Botana. Extraje un billete de cinco de la billetera y se lo entregué.
─Para el almuerzo, perdone el encontronazo, estaba ensimismado ─le comenté algo incómodo con la situación.
─Me llamo Pedro, duermo detrás de los tanques de la basura. Cuando quiera platicar sobre la miseria humana me llama y me trae algo de comer. Tengo experiencia en eso de fechas de muerte, opiniones de doctores. No les haga mucho caso, lo volverán loco. Necesita toda la energía posible para vencer el maleficio.
Le estreché la mano. Me miraba fijo a los ojos. Hice un gran esfuerzo por no reírmele en la cara por sus palabras altisonantes. En ese momento supe que me iba a decir algo importante, pero balbuceó unas palabras incoherentes, como en una lengua antigua, en desuso, por tres largos minutos, antes de soltar prenda.
─Mi familia me abandonó, mi esposa se fue con otro; en un mes lo perdí todo menos la poca vida que me pronosticaban: seis meses. Ya me cargo tres años de vivir de sobra. Este mundo está saciado de charlatanes, y somos muchos quienes deseamos llegar a la verdad del meollo.
─Mendigando. ¿Ha podido sobrevivir como mendigo? ¿Espera encontrar la verdad en las calles de Miami?
─No lo llame así, estoy predicando la nueva verdad. La noción de un nuevo concepto de la existencia humana. ¿Qué somos? Existen dimensiones desconocidas por la lógica humana.
Apenas entonces caí en cuenta que mi interlocutor era raro. Lancé la pregunta, ya arrepentido de mi impertinencia.
─ ¿Dónde le diagnosticaron el cáncer?
─En el lóbulo derecho. No me diga nada de su enfermedad, no quiero desanimarlo. Guarde el secreto, y por favor, mientras menos personas lo sepan, le irá mejor. Cometí el error de divulgarlo para conseguir apoyo, y únicamente logré el desdén de los otros. Me trataron como un apestado, incluso mis dos hijos dejaron de hablarme por años.
─ ¿Se sometió a tratamiento?
─ Al principio sí, luego que conocí la magna obra, no. Me abandoné a mi suerte. Ya puede notar el resultado. Nada tengo, nada me hace falta. Desnudo vine al mundo, desnudo me iré. Nunca me ha faltado un plato de comida, ni un interlocutor amable. Ayudo a todo el mundo. La buena gente me da algo para pasar el día.
Sonreía con la vista vaga perdida en un punto distante entre dos elevados pinos canadienses al otro lado de la calle asfaltada. El sol nos arrancaba perlas de sudor. Buscaba un pretexto para largarme y no insultarlo. Vestía, -lo notaba por primera vez- el mendigo Pedro, un pantalón de mezclilla azul, arrugado, pero limpio. La camisa de manga larga tampoco estaba sucia. Me señaló una casa pintada en ocre a treinta metros de nosotros.
─La sirvienta, María del Pilar, una hondureña todo corazón, me lava la ropa una vez por semana, y me trae los restos de la cena. Una mujer todo bondad. No todo está perdido, mi amigo. Aún queda gente noble.
─Luis Enrique.
─Amigo Luis Enrique, no todo está perdido. Confíe en San Pancracio. Tome, lea esta novela.
Me entregó un libro con carátula roja, sucia, con las hojas añejadas de tantas lecturas y se alejó en medio de una risotada alienante hacia el reino de los latones de basura. Noté que cojeaba bastante de la pierna izquierda. Pero aparte de estar algo chiflado podía pasar por otro habitante de la estresante ciudad. Me subí al coche, puse a funcionar el aire acondicionado y la radio que pronto vomitaba las alegres notas de un merengue dominicano, interpretado por una famosa vedette puertorriqueña. Pensaba en cómo soltar la novedad a mi esposa Alicia, y a mi adolescente hija Melisa. El sol inmutable continuaba su castigo con los escasos transeúntes. Atravesé el campo de la universidad para salir a la carretera número uno. La vida afuera permanecía inalterable. Los chicos y las chicas en ropa deportiva correteaban de aula en aula. “La vida es hermosa a pesar de todo”, pensaba distraído. Entonces recibí el impacto del coche rojo. Mi cuerpo fue lanzado hacia delante, pero la bolsa de aire al expandirse evitó daños mayores. El golpe había dañado parte del trasero del vehículo. Del otro coche se bajaba dando tumbos, una chica, cuya fisonomía me era conocida. Irene, una de las reporteras del canal catorce. Morenita, baja de estatura, vestida con traje de chaqueta y pantalón gris. El pelo largo negrísimo. Gafas oscuras ocultaban sus ojos. Nariz aplastada. Unas libras de más en caderas y trasero. Ostentaba la señal de una juventud que se eclosionaba en un cuerpo casi perfecto.
─ ¿Está bien, señor?
Con poco esfuerzo abrí la portezuela de mi coche y le riposté algo enojado.
─Primero, no soy tan viejo para que me diga señor, apenas cuarenta y cuatro. En segundo lugar, se ha comido la luz roja. Me llamo Luis Enrique y creo que tendrá que pagar los daños.
─Ahora llamo a la aseguradora. Perdone, tengo que recoger a mi hija de cinco años y llevarla a casa de mis padres. Soy madre soltera. No tengo a nadie que me ayude.
─ ¿Nicaragüense? Se le nota el acento.
Pero Irene estaba absorta en el móvil, no me escuchaba, llamaba a un familiar, al señor del seguro, al pinto de la paloma. No cesaba de platicar por el teléfono. A los quince minutos se apareció el hermano de la chica. Un chaparro vestido con gracia que caminaba con porte militar. Botas de cuero altas como polainas con un terno azul y camisa de colorines. Media hora más tarde un policía se ofreció para levantar acta. La multa había sido para la chica. Intercambiamos información privada, teléfonos, compañías de seguro, estrechones de mano. Ella se largó con el hermano. Su coche remolcado por un camión grúa. Yo regresé abollado, descorazonado a mi casa de tres habitaciones dormitorios y dos baños. Vacía como siempre. Llamé a Víctor, el peruano calvito del seguro y me prometió pasar esa tarde por la casa a inspeccionar los daños materiales. Eso sí, “ella tiene que pagar la reparación de tu coche, y tienes un deducible de quinientos dólares”, repetía una y otra vez. Recuerdo entonces que al llegar mi hija Melisa de la escuela, yo estaba sentado en el portal de la casa con un vaso de ron con soda mientras esperaba la llegada triunfal de Víctor, la mirada comprometida en auscultar los techados y fachadas de las casas vecinas, como si las viera por primera vez.
─ ¿Sabes quién me chocó? ─saludé a mi hija quinceañera─ Irene la reportera de la televisión.
─Cool, daddy, cool.
Entró en la casa como un bólido y se sumergió en facebook, en twitter, su realidad virtual. A la media hora toda la ciudad sabía que su papá había sido embestido por el coche de Irene, la chica del tiempo. Los amigos de mi hija empezaron a desfilar por la casa retratándome a mí y al coche. Víctor tuvo trabajo para encontrar un lugar libre en la grama en donde aparcar. Llegaba jadeante, alterado, reflejaba el estrés en los rasgos faciales mestizos.
─ ¡Vaya gentío! ¿Qué se regala aquí? ¡Qué día, éste es el tercer accidente! ¡Hay algo raro en el ambiente!
─La juventud, no tiene nada mejor en qué pensar. Soy la noticia del día. Y se trata de un día común y corriente en el torbellino de una urbe de millones de habitantes. ¿En Lima no hay choques?
─ Supongo que decenas, pero yo me vine a los quince y ya me he olvidado.
Reímos la broma antes de ponernos a discutir los detalles del taller de reparaciones, el alquiler de un coche provisional, el pago del deducible.
─ La chica tendrá que pagarlo todo. Déjalo en mis manos.
Esa noche se presentó Irene con el hermano y la pequeña hija de ella a ultimar detalles del arreglo. Melisa y sus amigos sacaron miles de fotografías que colocaban en Internet con comentarios alegres. “Cuando los padres manejan mal”. “Viejo, te voy a quitar el coche” y otras sandeces. No había duda, ese día yo había escalado la fama por un accidente de tráfico, aunque me duraría unos pocos minutos. No recuerdo para nada haber hablado de mi enfermedad. Las sesiones de fotografías y la alegría despreocupada de los adolescentes llenaban el espacio vital. La luna no salió esa noche. Por eso bailoteaban treinta grados de temperatura.
Recuerdo que me sentí anti-heroico, un personaje cuya razón moral de existir consistía en disfrutar la propia felicidad en forma egocéntrica y hedonista, ahora amenazada por una real e invisible espada de Damocles.

A decir verdad, no le presté atención alguna al libro que Pedro me había entregada hasta varios días más tarde cuando fui a recoger el coche recién pintado, libre de ralladuras y magullones, al taller de reparaciones. La cubierta denotaba el implacable manoseo de lectores imprudentes. Pliegos sucios y descosidos me obligaron a fotocopiar con mucho cuidado las doscientas y tantas páginas del relato. El autor, un ruso azerbaiyano, Mijail Tserkovskii, nacido en 1900 y fallecido en fecha desconocida en algún lugar de Siberia, según una nota escrita con tinta violeta en la página cuarenta y nueve. La novela se había editado en Petrogrado en 1925 por una editorial fantasma Pravda zhizni, con una dirección inexistente. –En realidad el número 23 de la calle Universitetskaya quedaba sobre el puente Dvortsovy- Una edición rara. Su título, enigmático. Apuntes para la verdad. Estaba pobremente traducida al castellano de prisa, como si no hubiera habido tiempo para consultar diccionarios, y el plazo de entrega hubiese vencido dos meses antes. Andrei Gómez firmaba la extraña versión al castellano. Al parecer Andrei no dominaba ni el ruso ni el español. Recuerdo que en la oficina busqué en el Internet datos sobre el autor, pero no encontré nada. Había incluso consultado a Marcia, una cubana que había estudiado filología rusa; la esbelta maestra tampoco pudo ofrecerme datos. Ni siquiera una mención a los apuntes del desconocido. La lectura se me hizo difícil. Frases mal hilvanadas, sin duda debido a la pésima traducción, exceso de verbosidad, adjetivación espantosa, palabras inventadas tomadas literalmente del ruso. Una verdadera bazofia. Era la narración de las desventuras de Vania, un niño ruso de nueve años, que crecía en un medio ajeno al suyo con un padre estricto, militar, acostumbrado al ordeno y mando, una madre local, musulmana, sumisa, que solamente callaba y hacía lo que el marido demandaba. Una mala novela. Luego de leer cincuenta páginas aún desconocía cuál era la verdad a la que el autor apuntaba con sus dardos de palabras.
Lo único bueno había consistido en hacerme olvidar que iniciaba el tratamiento con el doctor Botana. Me impacientaba por encontrarme de nuevo al mendigo e indagar de dónde había sacado el libro, y si conocía más sobre el misterioso autor. Fue una jornada de inquietud tanto por lo que me esperaba como por no poder averiguar más sobre el enigmático Mijail.
No he dicho aún que soy dueño de una pequeña agencia de servicios de contaduría, y preparación de documentos legales y tributarios para pequeños negocios. Para mí trabajan siete empleados. No soy millonario, luego de los gastos de operaciones, los seguros de salud de los empleados, y la publicidad, me queda libre de impuestos unos diez mil dólares al mes. Para vivir desahogado. Mi esposa Alicia es maestra de escuela. Mi hija Melisa, estudiante. Tengo una hermana dudosa en la ciudad, y dos medias hermanas en Cuba. Aventurillas de mi padre que fue un don Juan en su juventud y corría tras las criaditas en casa de mis abuelos, hasta dejarlas infladas a las incautas. El abuelo se encargaba de buscarles “un partido apropiado” a cambio de dinero.
─Si vas a Cuba alguna vez debes visitar a tus hermanastras. Ya deben ser mujeres casadas y con hijos. Por aquí hay una tal María Antonia que afirma ser hija mía, pero no recuerdo a la madre. Así que esa es cuestionable, pues yo no me hago prueba alguna de paternidad.
─ ¿Quién te ha dicho que voy a visitar la isla? No se me ha perdido nada allá. Además salí de la isla a los quince y mis recuerdos son vagos, los amigos del colegio se habrán dispersado por el mundo.
─Ya soy viejo y en cuando me retire, voy a darle una vuelta a las mulaticas, las hermanas tuyas. ¡Quizás necesiten algo de dinero! Deberíamos enviarle un paquetico con jabones y pasta de dientes. Allá no tienen ni desodorante, ¡qué horror!
─Aborrezco cuando comienzas con las intimidades de tu vida bohemia antes de casarte con mamá.
─No seas egoísta, debes ayudar a tu familia.
No sé porqué esa conversación de semanas atrás me había venido a la mente. Mi hermana menor Mercedes aborrecía tanto como yo cuando él se ponía melancólico a franquearse sobre las ilegítimas a pesar de “les di nuestro apellido Torres y les pasé manutención mientras estuve allá” y otras excusas para tratar de paliar su conducta pasada. Tenía remordimientos y ahora temía el castigo divino por sus pecadillos de juventud, y la conducta egoísta.
─Tú no entiendes de esto. Me siento culpable de haberlas abandonado. Me arrepiento de muchas cosas que he hecho en la vida. De haberme largado mansamente como un buey cansado, de los malos ratos que le hice pasar a tu madre. Ya sé que no hay vuelta atrás. El pasado no se puede conjurar.
Cuando Juan Luis Torres y Morales, natural de Madruga, comenzaba con el gusanillo de la culpa había que escaparse. Lo que no entiendo es ¿por qué me viene a la mente la conversación? Una premonición me decía que debía ir con el viejo a Cuba y conocer a las mulaticas. Le conté de sopetón mi enfermedad, lo que le produjo una reacción de espanto.
─No puede ser, te vas a morir primero que yo.
Pedro no recordaba haberme prestado libro alguno y, lo peor, desconocía quién era el ruso. Me miraba asombrado, como si yo fuera de otro planeta.
─Recuerdo la oración a San Pancracio, no libro alguno –miraba curioso el ejemplar que yo le mostraba- Probablemente lo recogió de la basura. Quizás el vejete del ochocientos uno, creo se llama Daniel Inclán, ha viajado tanto de embajador por los mundos que se lo habrá conseguido en uno de sus largas estancias fuera del país, o sería, más bien, la sobrina nieta que viene una vez al mes con dos damas de compañía colombianas a limpiar la casa y a cada rato botan papeles viejos y trastos inservibles en el basurero. En cierta ocasión me encontré un crucifijo de plata que empeñé en treinta dólares. Conozco de él por María del Pilar. Conversa mucho conmigo. Imagínate los patrones son americanos que hablan poco español, solamente el rudimentario para ordenar. Ella se desahoga conmigo como si yo fuese un enviado celestial.
Con los ojos en blanco me auscultaba mientras callaba ensimismado en sus delirios de quien sabe qué. A los pocos minutos lanzaba el reto.
─No crees en nada. ¿Es cierto? No has leído a san Pancracio, eres un descreído. Te va a pesar.
Ante mi asombro había dado media vuelta para esconderse tras los tanques de basura. La pierna la arrastraba aún más que durante el primer encuentro. La ropa era la misma, inmaculada, el cuerpo se le notaba curvado como si quisiese evadirse dentro de la tierra y desaparecer de mi vista. No pensé mucho y entré al edificio de consultorios pintados de color blanco hueso, donde me esperaba una camilla que me llevó al edificio adyacente –yo hubiera podido caminar esos cincuenta metros, pero el personal alegaba no sé qué protocolo, seguros, y otras sandeces- para recibir la primera dosis de la pesadilla química. Creo que perdí el conocimiento, o me sedaron con algún mejunje dantesco escondido en el suero. En el sueño, o en el delirio semiconsciente, observaba impávido imágenes de santos danzarines, escenas de la concurrida avenida Nievski, y un mar de nieve que avanzaba raudo por mis venas. Cuando desperté, asustado y sudoroso, una enfermera con bata verde, el pelo recogido en la nuca y oculto en un pañuelo verde, me sonreía.
─Ya pasó todo. No fue tan malo. Irene Suárez para servirlo.
─Cubana de la zona occidental. ─me creía un experto en descifrar los mil acentos que se hablaban en la ciudad.
─Matancera, y ¿Usted, habanero?
─Con mucho orgullo. Habanero de pura cepa. Mis antepasados vinieron de Galicia al principio del siglo diecinueve huyendo de la invasión de Pepe Botella. El hermanísimo.
─Su acento suena extraño, me costó trabajo adivinar que es cubano.
─Soy contador público acostumbrado a hablar con números no con emociones.
Me deleitaba con su mirada ingenua y la sonrisa de quien se ha dedicado a ayudar a los demás. O quizás fuera que trataba a todos los condenados de la misma suerte. Amable lo era. Observé que no llevaba anillos en los dedos. “Soltera”, balbuceo distraído y me afirmó con un alegre movimiento de cabeza.
─No me vaya a pedir la mano pues ya tengo otros cuatro pacientes que lo han hecho en la última semana.
─No, pensaba que podíamos tomarnos un café. Me siento mareado.
Me ayudo a vestirme y me arrastró en silla de ruedas por los corredores del hospital hacia la pequeña cafetería. Allí indagó cómo regresaría a la casa. “Vine solo con el coche”. Me miraba asustada.
─No puede manejar. Uno de los efectos secundarios son los mareos y la falta de equilibrio. Si desea pido permiso y lo llevo a su casa.
─No deseo causarle molestias. Ya me ha ayudado bastante.
─No se preocupe, alguno de los muchachos enamorados que tengo me recoge en su casa.
Le agradecí tanto esfuerzo y la dejé que ella se ocupara de todo. De mi permiso de salida del hospital, de arreglar con el valet que trajeran mi coche. Viajamos en silencio. Se admiró al ver la casa galardonada con los rosales en el frente.
─ ¿No le roban las rosas?
─Los vecinos son honrados. Algún que otro mozalbete para llevárselas a su enamorada. No les riño, solamente les digo que pidan permiso. Mi esposa se ocupa directamente del cuidado de las rosas.
─Su esposa tiene suerte.
Me miraba entusiasmada. Aparcó en frente a la verja del garaje y descendimos. Le ofrecí rosas.
─Mi preferida es la amarilla.
Entré a la casa a buscar un par de tijeras. Al salir ya estaba uno de los internos del hospital en la acera. La ayudó a cortar media docena de amarillas y un par de blancas. Ella sonreía. Me decía adiós con las manos, y a modo de despedida me gritó:
─Si se me declara, se lo hago saber en un mensaje.
Los vi desaparecer cuando me comenzaron los sudores y las palpitaciones. Telefoneé al doctor Botana, y la secretaria me dijo en su saco hay una bolsita con cuatro pastillas. Cada seis horas con un vaso de leche y acuéstese, necesita reposar. Seguí las instrucciones y no me dio tiempo apenas a quitarme los pantalones y los zapatos, antes de caer en un sopor en el cual los monjes de un monasterio medieval del sur de Francia bailoteaban alrededor de mi cama cantando una de mis preferidas canciones de los Beatles. La escena podría ser descrita como en tercera dimensión, Tan real parecían los cantantes y la melodía que salía disparada de algún remoto y desconocido paradero. Mi esposa me despertaría cinco horas más tarde, luego de haber visitado el lago Titicaca, la Amazonía, y haber ascendido un par de veces la sierra Maestra. Me obligó a ingerir una sopa de pollo con patatas y zanahorias, y repetí la dosis de sueños fantasiosos, y sudores fríos.
─No sé que es peor, la enfermedad o los terribles efectos secundarios de la medicación.
─No seas terco. Debes seguir el plan al pie de la letra. Voy a contratar a una señora para que te atienda los días que vayas al tratamiento. Además tienes que ir en taxi, no puedes manejar.
─Me haces sentir un viejo inútil.
─Cascarrabias.
─Preciosa.
─Melisa está haciendo tareas, muy asustada y calladita. ¡Vaya si ahora tu hija quiere cuidarte y mimarte!
Creo que no atiné a responder. El sopor, ahora unos malabaristas desnudos lanzaban pelotas de fútbol al aire mientras gritaban a coro “ayeilili, ayeilala, la fuente no tiene cura”. Unos negritos descalzos, con unas hierbas por vestidos danzaban al ritmo de maracas y tambores una especie de montuno oriental, o sería un danzonete en la voz de Paulina Álvarez, la emperatriz. En el umbral de la puerta una pareja de mulatos vestidos a la usanza de la década de los veinte describía alegre el paso del tornillo, una y otra vez, cual si fuesen dos figurines de una caja musical gigantesca. Aparentemente había acabado de leer en el libro del ruso escrito entre los años 1923 y 1924, la descripción del baile y la música que se estrenaría en una lejana isla caribeña en 1929. En el sueño o delirio, no salía del asombro. Algunos de los colegas llamaban a Mijail con el apodo de “maestro”. La incógnita flotaba airosa en el aire acondicionado de mi alcoba: ¿Poseería el ruso dotes adivinatorias?





¿Seguiría leyendola novela?

Wesbri

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viernes, diciembre 24, 2010

Agotado




Luego de seis meses de intenso laborar logré terminar el borrador de una nueva novela con 425 páginas de texto y ocho de índice y tablas de personajes, en mi caso de las tres familias que comparten el espacio épico narrado. Estoy agotado, aunque esta es la parte fácil de la tarea. Ahora necesito descansar hasta el 2011 en que me transforme en un monstruo editor y me corrige mis propios defectos -si los veo- para encontrar cual aguja en un pajar a un alma caritativa que se digne sufrir los embates de la pesada lectura de un original sin recompensa monetaria. Tal vez un agradecimiento fuerte. ¿Lo encontraré? Seamos positivo y sí lo encontraré aunque sea en el taller del SEVA. Si algún extraviado lector no tiene nada mejor qué hacer si no leer las tonterías que escribe este viejo chocho, pues que lo diga ahora o calle para siempre. Pésimo chiste luego de 116 000 palabras, mi cerebrito reclama destanso.
Los veo en unos días.
Ah, Feliz Navidad
Wesbri, 24 de diciembre del 2010.

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lunes, octubre 25, 2010

San Pancracio




¿Casualidad o causalidad? El eterno dilema del movimiento histórico. Me encontraba hace un par de meses escribiendo el boceto de una novela y ya en las primeras páginas había parido un personaje de ficción a quien le acaban de comunicar que tiene un tumor maligno, y en su arrebato tropieza con un mendigo que le dice que pasó por lo mismo y se arruinó y se quedó solo en la vida. El pedigüeño le ofrece una estampita de San Pancracio para que le dé salud. Hasta aquí la ficción.
Hace pocos días decidí chequear en la WEB la verdad sobre el Santo cuyo nombre me vino a la mente espontáneamente. Y descubro su popularidad en España como santo que concede trabajos -en un país con cuatro millones de desempleados debe ser popular- y sobre todo salud. En el plano histórico había nacido en Frigia -Turquía- marcha a Roma, se hace cristiano, y a los 14 años es decapitado. Hasta aquí los escasos datos que la historia escrita recoge. Luego empieza la ficción , el mito, lo fantasioso. Pero como en la novela trató de un pequeño grupo de adeptos a un supuesto culto a San Pancracio, he leído más y aquí les remito la oración al santo para que les sirva a todos los que buscan trabajo, o quieren mejorar la empobrecida salud corporal.

Tiene mayor fuerza los doce de mayo: día del martirio del adolescente.

"Glorioso San Pancracio, alcanzadme de Dios trabajo honrado y suficiente para todas las necesidades de esta vida temporal. Os pido salud y fuerza para cumplir con mi trabajo. A través de él confío en alcanzar la gloria eterna. Amén"
Os deseo suerte y salud.
Desde Miami en un bello lunes de octubre,
sinceramente
Wesbri

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viernes, octubre 08, 2010

Contra molinos y molineros


Luego de una interminable espera de cuatro meses, al fin apareció la lista de las diez novelas finalistas en el Premio Planeta de Novela, 2010. Se presentaron 509 obras, quedan diez. Por supuesto la mediocre novela de este comentarista ni siquiera hizo la lista de los finalistas. De nuevo ante mí se alza la muralla de interminables molinos de viento. ¿Tendré fuerzas para seguir luchando contra ELLOS? He ahí el dilema: seguir cometiendo los mismos errores, o plegarme al consejo de una escritora española:

"si una editorial no te publica, si un concurso no te premia, no los contacte más; prueba otros, el tiempo es precioso para malgastarlo en quienes ya han emitido un fallo previo contra tu nombre y no te van a publicar. Cambia de estilo, cambia de premio, cambia de editorial, cambia de agencia".
Todo menos cambiarme el nombre.

Esto se parece más a los cambios que prometió Obama, y que para muchos no se han cumplido.

Mi primera promesa del nuevo YO, no participar más en concurso alguno de la editorial Planeta. Total es botar cien dólares cada vez que remites un manuscrito doble desde Miami a Barcelona.
Segundo, a editar y re-editar la novela derrotada hasta hacerla perfecta y tratar nuevos horizontes. Una carta de fracaso más para la colección y a seguir soñando. En lo adelante voy a escribir de manera egoísta para MI, sin importarme los OTROS, si no me publican, escribiré para la única persona que me lee: YO MISMO. Una versión moderna, corregida y aumentada de EL MUNDO FRENTE A MI.

Comentarios desde un viernes otoñal. Ah, tengo derecho a despotricar contra ELLOS.


PIDO DISCULPAS A LOS LECTORES por la sarta de improperios, Ustedes no se merecen eso fue un momento de dolor por el cuarto rechazo de ya saben quiñen. Como dice John Gardener
Rejection shatters your soul and body......más ó menos.
Wesbri

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sábado, mayo 01, 2010

Abandono temporal

Estamos en primavera, y no he tenido mucho tiempo para ocuparme del blog. He estado ocupado en un entrenamiento OJT como dicen los norteamericanos (On the Job Training) para un trabajo temporal de dos meses apenas, también pendiente de las críticas a mi novela Los diarios de Silvia que se discute en un taller de Novela cibernético. La subes y recibes por correo electrónico las opiniones, críticas, y demás reclamos. Un argentino la encuentra exótica, pero muy sexual. Así nos ven a los cubanos de Miami. Exóticos, mejor dicho, bichos raros, y sensuales.

Pido perdón a los acostumbrados lectores por abandonarlos durante casi una semana. Pero tarde o temprano se regresa al primer amor, como diría el morocho Carlitos Gardel. Y el blog es uno de mis grandes amores. No lo pienso abandonar por ahora.


Somos exóticos. Y ahora los estados fronterizos con México quieren imponer leyes anti-inmigratorias. En el lugar dónde voy a trabajar se nota la tensión entre los norteamericanos y los hispanos. Nosotros nos reunimos a charlar y decir chistes. Hablamos español e inglés. Ellos se mantienen distantes y solo conversan en inglés. Es algo que he notado. Los norteamericanos poseen poco desarrollado las áreas del lenguaje y apenas hablan su lengua materna. Los judíos en cambio aprenden rápido el castellano. Y ahora los negritos del NW están aprendiendo el español. Sería interesante que alguien hiciera un estudio sobre la capacidad del norteamericano blanco descendiente de europeo para aprender otro idioma y entender otra cultura.
Hasta aquí este comentario sabatino.
Un abrazo desde la exótica y sensual Miami.
Wesbri

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lunes, abril 19, 2010

Prima crítica

Casa Pueblo en Piríapolis, Uruguay.

Adjunto la primera crítica de un lector argentino a mi novela Los diarios de Silvia.

Me sumergí en la historia porque me resulta exótico el clima de los inmigrantes ilegales en Miami, la mirada de un trabajador social y el ambiente sórdido o mediocre en el que se mueven.

Pero me resultó abrumador el desfile de personajes y personajes sin que aparezca un hilo que me haga pensar ¿Cómo terminará esto? Hasta donde leí (pág 41 del documento PDF) no fui tentado por ningún anzuelo apetitoso.

La historia es interesante porque el lenguaje es atractivo y las escenas realistas, pero tiene algunos problemas formales que hacen difícil la lectura. El principal es la puntuación.

Por ejemplo, en un trabajo de más de 70.000 palabras aparecen sólo cinco punto y coma y algunos fuera de lugar.

La solución pasa por aprenderse bien el capítulo de los signos de puntuación de la Ortografía de la RAE, que puede bajarse en formato PDF y ponerla en el escritorio como salvavidas a mano. Pero este capítulo hay que automatizarlo en la cabeza para que las normas fluyan automáticamente al escsribir.

Hay algunos errores que una pasada por el corrector del Word-español corregirá p.ej., demonstración en lugar de demostración, etc.

Otro problema formal es que abordar el texto presentado en el documento PDF cansa a la vista.

La elección de la tipografía Courier es desafortunada porque todos los caracteres ocupan un espacio, como en las viejas máquinas de escribir, y no se pueden usar los signos ortográficos habituales en la edición electrónica y de imprenta. Entre ellos, la raya o guión largo que marca el inicio de las líneas de diálogo y de las acotaciones. Este signo (—) se logra fácilmente en Word con Windows pulsando simultáneamente Ctr+Alt + el signo menos del teclado numérico. (Última tecla arriba a la derecha)

Justificar el texto para que los dos márgenes se igualen es otro error porque, al abrirse los espacios arbitrariamente, no se ven los dobles espacios y otros problemas que saltan a la vista si se margina sólo a la izquierda.

También es desalentador enfrentar la masa de texto sin espacios entre párrafos, los que son necesarios para descansar la vista y la mente.

Las sangrías también ayudan mucho a organizar mentalmente la lectura.

Para ordenar el caos se recomienda::

1. Usar Times New Roman que es, tal vez, la más legible en pantalla,

2. Marginar sólo a la izquierda

3. Formatear los párrafos con sangría.

4. Cuando los párrafos tienen más de 20 líneas dividirlos atendiendo a las necesidades del relato.

5. Generar separaciones de una línea entre párrafos cuando la masa de texto luzca pesada. Siempre atendiendo a las necesidades del relato, no en cualquier lado

Los ajustes de 1 a 4 se realizan en el menú formato en los submenúes Fuente y Párrafo.

Hasta aquí la benevolente orientación del amigo Jorge.


Saludos de lunes


Wesbri

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martes, abril 13, 2010

Los diarios de Silvia 2

No se trata de la poetisa Sylvia Blath quien se suicidó en Londres hace varias décadas. No se trata de una de mis novelas que luego de mucho considerarlo me he decidido a que lectores desconocidos -así no duele tanto la crítica- la desmenucen, la hagan trizas, para que yo aprenda a escribir a los sesentipiá. Bueno, el dicho reza Nunca es tarde si la dicha es buena. Para concluir invito a los lectores a que la lean, como este sitio no permite subir archivos en forma de PDF , solamente puedo subir fotos y videos, tengo que invitarlos a que visiten el sitio TallerNovela y se hagan miembros para poder descargar el archivo de Los diarios de Silvia en PDF. He ahí el comercial.

http://es.groups.yahoo.com/group/TallerNovela/

si tienen problemas pueden inquirir en yahoo groups por Taller Novela y lo encuentran. Me siento en un cómodo butacón a esperar los comentarios de Ustedes.
Pasen un bonito martes 13. Yo tengo turno con el oftalmologo para ver mejor los acentos y las faltas tipográficas.
Wesbri

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domingo, abril 04, 2010

Los diarios de Silvia

Los invito a todos a unirse al Taller Novela para que discutan unos capítulos de mi novela Los diarios de Silvia.
La dirección del grupo es:

http://es.groups.yahoo.com/group/TallerNovela

Mi turno comienza el 26 de abril y durante dos semanas se puede criticar la muestra. Algunas erratas ya han sido arregladas. Los espero.
Por cierto esta entrada es la número 399.
Creo que seguiré sin muchas pretensiones publicando este blog que me sirve de vía de escape. La entrada No. 398 fue visitada por cien lectores incluyendo dos de Cuba. Todo un récord Guinness.
Saludos y que pasen un bonito domingo de Resurrección.

Wesbri

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lunes, noviembre 23, 2009

Ciegos, cegatos y afines


El tema de los ciegos y los no ciegos no es nuevo en la literatura. Carlos Loverira, el cubano publicó en 1922 en La Habana una novela de tesis con ese título Los ciegos . Claro que de la misma se hizo una sola edición la que es conocida por un puñado de estudiosos de la literatura cubana. Yo tuve la suerte de escribir y defender mi tesis de grado sobre Carlos Loveira en 1976. Desde entonces han pasado numerosos huracanes por el Caribe. La tesis del cubano estipulaba en el lenguaje misterioso de esos años que tanto los capitalistas como los bolcheviques eran ciegos y que el mundo debía ser regido por quienes como el héroe o antihéroe de la novela habían militado en ambos bandos, o sea, los tuertos deberían gobernar. Loveira continúa siendo poco conocido y su obra se cita más de lo que se lee.
Acabo la lectura de Ensayo sobre la ceguera de José SaramagoPremio Nobel de Literatura en 1998. La novela termina con la siguiente afirmación acerca de quines no quieren VER.

´¨Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven´´

Y esa ceguera va a llevar al mundo al caos, a la extinción. La diferencia del cubano estaba en que la cualidad de ciego era ímplicita con la ideología que se tenía. La del portugués abarca a toda la humanidad. O cambianos o vamos al abismo de la ceguera.
Valió la pena dedicar varios días a la lectura de la obra de Saramago.
Y usted, ¿qué cree?
¿tenemos que cambiar?
Vale por un lunes de madrugada ...
Wesbri

PD. Retorno a recomendarle la lectura de la novela. Saramago acaba de sacar Caín que ya es un éxito de ventas en España. Si vive en Miami, la puede leer -me refiero al Ensayo sobre la ceguera, para la otra obra hemos de esperar unos meses- en la biblioteca pública en caso de que quiera ahorrarse unas pesetas en tiempo de crisis. Nunca está de más. Vale por ahora hasta que la próxima idea se asome a mi sexagenario cerebro.
Vale. Wesbri a la 7 am hora del este.

Addendum. 3 pm
Una de las escenas claves en la novela de Saramago es cuando el oculista ciego y su esposa vidente entran en una iglesia repleta de refugiados ciegos. La mujer murmura que los santos tienen vendas blanas sobre los ojos y ello provoca el pánico. Todos los ciegos tratan de salir al mismo tiempo y algunos son golpeados hasta la muerte por los que vienen detrás. Entonces la mujer vidente y su esposo médico recogen los pocos comestibles que hay y se largan. La mujer que es la única vidente y ayuda a los demás -altruismo- se ve precisada a matar a su violador y a robar para comer. Todo provocado por las circunstancias sociales existentes. Un pasaje que requiere un estudio más profunda. Nada de héroes positivos. Ortega y Gasset tenía razón.
Vale

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domingo, noviembre 15, 2009

El poder de la literatura

Plaza del Rossio, Lisboa
Teatro Nacional, Lisboa

Arco que conduce a la plaza de comercio en Lisboa.
El poder de una buena novela está en sumergirte en el ambiente que el autor describe. Eso me ha pasado con la novela de Saramago -El año de la muerte de Ricardo Reis- que luego de una breve visita de varios días a Portugal tengo en la mente las imágenes de muchos de los lugares que el autor describe. No soy buen crítico literario. En Cuba me acusaban de citar libremente a los autores sin las debillas comillas. Ya sabéis a lo que me refiero. Por eso no voy a hablar de la novela. Solamente un comentario negativo acerca de las disgresiones sobre la guerra en Abisimia y el comienzo de la guerra civil en España. Al principio fueron interesantes, luego monótonas y al final acabaron por ser una molestia y reconozco que me saltaba esas páginas que poco aportaban a la trama del libro. Soy un lector y por ende escritor anticuado, americanizado, para quien el conflicto enmarcado en el epos narrativo es lo fundamental. Mi estética se basa en personajes psicológicamente bien estructurados en un conflicto o drama real, irreal, inverosímil, creíble o no.
Pero estaba hablando del efecto de conocer la toponimia de una ciudad oara poder gozar mejor una novela. Creo que ahora entiendo mejor a Saramago a quien desdeñé durante decenios. Confieso que tengo un retraso de 20 años con respecto al autor. La novela en cuestión fue publicada por Seix'Barral creo que en 1985. Acababa de llegar a Miami y no tenía entonces pesetas, cuartos, chavos, yiria para botar en la compra de novelas. Pido perdón por mi sinceridad. Un cuarto de siglo después, jubilado, o sea con dos cheques seguros cada mes -el seguro social y la pensión de la Iglesia Católica, laboré varios años como trabajador social para la Arquidiócesis de Miami- y con tiempo libre, me doy el lujo de inventarme un seminario Saeamaguense -en mi teclado inglés no tengo diéresis- ahora a buscar la siguiente novela del portugués.
Para despedirme,
Reclamamos libertad para los blogeros cubanos. Que escriban libremente lo que piensan. A firmar protestas y reclamar ese espacio para ellos.
Vale
Estoy aún desayunando...
Wesbri

Nota breve. A los interesados pueden navegar al Web site de Saramago en

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miércoles, julio 15, 2009

La ropa interior de Wendy



Confieso que a pesar de los 25 años de haber salido de Cuba todavía leo a los novelistas del patio, y a veces, a algún que otro poeta. Se dice fácil pero es algo conflictivo. Recuerdo que durante el gobierno de George W Bush, existía una censura sobre materiales procedentes de Cuba, velada, hipócrita. Como no podían violar la enmienda primera de la Constitución de los EEUU, se empleban métodos de presión. Creo que había pedido a través de una empresa canadiense de Internet una novela cubana. Me llegó una tarjeta de Correos para que recogiera el paquete -usualmente lo entregan a domicilio como correo normal- y una vez allí tuve que firmar un documento de Aduanas en que "confesaba" que estaba recibiendo material impreso de un país enemigo. Increíble, pero obró su objetivo. Ahora si me interesa mucho un libro de algún habitante de la Isla tengo que esperar que lo publiquen en México o España y pagar una enormidad por manejo y franqueo postal, o esperar a que la biblioteca pública lo adquiera.
Eso es lo que me está pasando con Wendy García. Acabo de leer su primera novela "Todos se van" (2006) que me ha parecido excelente. Muy moderna y sobre todo buena psicología de las nuevas generaciones. Llevo 25 años ausente y pertenezco a la llamada Generación Puente (éramos adolescentes el primero de enero del 1959), compañeros míos de bachillerato se marcharon, otros sirvieron en las FAR, otros en el servicio exterior y hasta uno, apodado Manzano, fue administrador de la fábrica de papel higiénico de la Habana. Por eso me ha gustado el libro con el mensaje negativo del "inmovilismo" como reacción anti-salida. O me voy, o me quedo inmóvil. Generación Y rompe un poco ese esquema al pedir espacios al régimen. Me quedo pero dadme posibilidades de expresarme dentro de ciertos límites, por supuesto.
Ahora estoy en lista en la biblioteca para leer "Nunca fui primera dama" (2008) y el poemario "Ropa interior" (2008) para culminar el ciclo de guerra a la ropa interior de las primeras damas que se van.
Bueno una nota alegre para terminar. Prometo una crónica más amplia al finalizar los otros dos libros de Wendy. Por el momento un aplauso sincero de un lector agradecido.
Wesbri

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