Una ventana abierta al cambiante mundo y el esfuerzo por tratar de ajustarse a esa realidad fugaz, a la que llamamos Vida

martes, mayo 11, 2010

El tren de la vida

Manrique se equivocó de plano al decir aquello de "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar", pura bazofia medieval. Nuestras vidas es un boleto de ida en un tren de alta velocidad. Te arrojan a él cuando naces y vas viviendo entre estación y estación, conociendo miles de personajes que se montan y desmontan del coche y a los que nunca más vuelves a ver, ni siquiera en los telediarios. La primera etapa es la Infancia. Estación alegre con una locomotora llena de pujanza y potencia -concepto físico- Pocos chicos se marchan para siempre. Alguno que otro muere, unos pocos abandonan el país.
Luego el tren arranca hacia la Juventud. Ya somos conscientes y establecemos relaciones. Pero las deserciones abundan, Jóvenes que se marchan a otras universidades, o a guerras lejanas en África, Viet Nam, Plutón.
Entonces a toda velocidad abandonamos la estación de la Juventud para lanzarnos como locos ala Plena Adultez que es en sí la etapa más importante de la vida. Aquí las deserciones son abismales. Peleas, divorcios, separaciones agrias, gente con la que perdemos todo contacto.
La locomotora empieza a fallar en la Cuarta etapa o sea la Vejez. Ya no hay bríos, vivimos de los recuerdos, y devolvemos a la vida al chico que se sentaba a nuestro lado en tercer grado, o a la primera hembrita que besaste a los 14 años.
Entonces llegamos a la última estación; la Muerte. La locomotora ya no funciona, la memoria desaparece, el cuerpo material se pudre. Para algunos queda el alma. Para otros la Nada.
Wesbri un martes de filosofía barata.

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