Mi ciudad
Habito en una ciudad vilipendiada por la izquierda y soñada a la vez por los ricos y los desposeídos de Iberoamérica. Mi barrio pretende ser el Manhattan de la ciudad. Para ello levanta rascacielo tras rascacielo en un afán desesperado por borrar la carencia de pasado. Somos asquerosamente modernos. Y para parecernos más a Nueva York hasta tenemos una calle llamada Broadway. Mi ciudad no era si no unas pocas casas de madera agrupadas alrededor de un Fuerte Dallas erigido durante las guerras contra los indios en el siglo 19. Un pequeño almacén de intercambio con esos indios ya apaciguados regenteados por una pareja procedente del este de la nación : los Brickell. Cuando el Maine explota en la bahía habanera, los EE.UU. aprovechan la ocasión para entrar en la guerra. La fuerza expedicionaria se entrena en Miami, ya ciudad en 1895, que se expande con decenas de nuevos negocios y mercenarios que aprovechan el boom que representaban los miles de soldados en la zona. El río Miami dividió la ciudad en el casco viejo que se desarrolló por las gestiones de Julia Tutle quien convenció a Henry Flagler para que extendiera el ferrocarril desde Palm Beach hasta la ribera norte del río Miami. El matrimonio Brickell fue derrotado y la ribera meridional del río siguió casi desierta, pero con el tiempo los adinerados comenzaron a preferirla huyendo del hacinamiento y los ruidos del casco viejo de la ciudad. Cien años después Brickell es un emporio de actividad financiera y lugar preferido por profesionales de clase media y los inmigrantes adinerados que huyen de Colombia, Venezuela, Ecuador y Argentina.
Me siento orgulloso de vivir en un sitio sin historia, todo moderno, en contraste con mi ciudad natal toda historia de bloques que se estrepitan contra el suelo al menor viento platanero. La Habana antigua, señorial no puede competir en atracción con la pizpireta todo afeites y al último grito de la moda. Mi ciudad es maldecida, criticada, a veces, me dan ganas de largarme a algún lugar menos vacio, menos banal, no tan moderno, pero siempre dudo. Creo que no puedo ya prescindir de algunos malos hábitos consumistas adquiridos durante el cuarto de siglo que llevo esposado con estos silentes y frígidos edificios de sesenta pisos, refrigerados, indiferentes al dolor ajeno. Me he convertido en una armazón de concreto, cabillas de acero, y sin corazón. No extraño a mi Habana natal. Ni creo que vuelva a ella. Brickell se ha convertido en la tumba que espero recoja mis huesos inertes... Soy un intelectual desarraigado. Pero vivo en Brickell...
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