Apacibles atardeceres

No se trata del título de ningún culebrón de moda, si no de cómo pasar las tardes de un domingo. Pintar relaja, aunque sea con brocha gorda. Claro que el ideal es que uno supiera dibujar y se pasara largas horas frente a un caballete mezclando figuras y acrílicos. Pero, a falta de pan , casabe. La brocha gorda es para los poco artísticos como el pedazo de pan duro para el hambriento: calma, contenta y satisface.

Un día lo comenté en un grupito de madres con hijos bipolares y por poco me comen crudo. Experiencia: nada de pintura para quienes cuidan a familiares maníaco-depresivos. Otra vez, una señora me comentó que para subsistir en este Miami de jungla y leones, tenía que planchar como una ilota. No comenté nada para no desatar la furia de una placatana indocumentada, pero el gusanillo me empezó a roer la cabeza.

¿Por qué no inventar la planchaterapia? Un gran salón con tablas de planchar, canastas de camisas, pantalones, blusas, vestidos, y las señoras dale que dale, hora tras hora al son de una música relajadora y con un guía que les vaya sacando las emociones ocultas tras cada golpe de la plancha caliente. ¿Podría incluso cobrar por la terapia y a los dueños de la ropa por el planchado? Creo que esto de tener 66 años ablanda las sinapsis de mis neuronas y cada día me surgen ideas descabelladas. O mejor dicho, aplanchadas.

Nota Bene: No me robéis la idea pues la acabo de patentar en Hialeah.