Yadira
En mi nuevo blog estoy escribiendo una viñeta diaria sin editar ni corregir ortografía. Una especie de escritura mecánica a ver que resulta. Pueden comentar sin pena.
Yadira.
Entrega 1.
Me había dicho que nunca nos volveríamos a ver, una tarde escuálida de marzo y se había marchado en el velero a recorrer distancias ignoradas con su familia de saltimbanquis.
A partir de ese aciago día no supe si estaba viva o no. Mi labor de escribano a sueldo del marqués de Ponteyedro me obligaba a permanecer en la aldea a pocas leguas del puerto de Isabela la Ciega, desde dónde había partido una tarde de septiembre. Habitaba gracias al generoso sueldo del noble, una casucha de maderas labradas, al doblar de la iglesia de la aldea. Jugaba algunas noches ajedrez con don Benigno, el párroco.
Miraba, eso sí, el mar cuando en el bochorno del verano caminaba distraido y rememoraba aquellos lindos labios, y la melena rubia. de Yadira, la trapecista. Una tarde alguien de la aldea comentaba en voz alta para que yo lo oyese que Maricarmen, su nombre bautismal, se había desposado a un rico mercader de plumas de aves exóticas y vivía en una casona de madera sobre pilotes en un estuario del río Orinoco.
Entonces fue cuando forjé el plan despiadado del rescate. Durante meses me dediqué a preparar lo que llamaba la expedición. Reuní cuartos. Almacené vituallas. Estudié geografía y las viles artes de la navegación a velas y me lancé a solas en busca de mi amor prohibido.
Nadie supo de mi huída. Ahora llevó tres semanas al pairo y ya los alimentos se reducen a una galleta diaria con un poco de té amargo. Los escualos rodean la nave en espera del suculento banquete. Mi rumbo indica que estoy dando rodeos a una corriente marina que no me llevará a ningún lado. Estoy, eso sí, tan deprimido que me da lo mismo morir que vivir.
He comenzado a conversar con las sombras.
Entrega 2.
Las paredes de la mazmorra hieden a secos excrementos humanos. La mugre cubre todo el espacio. No hay ventanas. Es la oscuridad absoluta. Por debajo de la fuerte puerta de hierro se cuela una tibia atmósfera de luz y calor. El musgo y la sangre seca lo acaparan todo. No sé cómo llegué a este lugar. No reconozco en qué lugar del planeta estoy. Es una cárcel y alguien se mueve a unos pasos de mí. Estoy echado en el suelo. me han encadenado una pierna a una pared. Siento como la gruesa cadena de metal me muerde las carnes.
"No te muevas. Ya te acostumbrarás. Soy Romueldo". La voz sale de entre la penumbra. Quebrada con un dejo afeminado. No logro discernirlo. Me tomará dos días reconocer el bulto de Romueldo. "Estás en Barquisimeto. Te trajeron ayer. Come un poco. Nos alimentan cuando el guardia se acuerda que existimos".
Tanto el suelo y toco un pedazo de pan duro y una escudilla con un líquido. Bebo, tengo mucha sed. Entonces preguntó: "¿Has oído hablar de Yadira?"
-:No. Llevo meses en esta posición. Me falta poco para que me ejecuten.
La palabra cae como un plomo en mi corazón. -"¿Estoy en la cárcel?"
-"No, peor, en las mazmorras de la Inquisición."
Yadira.
Entrega 1.
Me había dicho que nunca nos volveríamos a ver, una tarde escuálida de marzo y se había marchado en el velero a recorrer distancias ignoradas con su familia de saltimbanquis.
A partir de ese aciago día no supe si estaba viva o no. Mi labor de escribano a sueldo del marqués de Ponteyedro me obligaba a permanecer en la aldea a pocas leguas del puerto de Isabela la Ciega, desde dónde había partido una tarde de septiembre. Habitaba gracias al generoso sueldo del noble, una casucha de maderas labradas, al doblar de la iglesia de la aldea. Jugaba algunas noches ajedrez con don Benigno, el párroco.
Miraba, eso sí, el mar cuando en el bochorno del verano caminaba distraido y rememoraba aquellos lindos labios, y la melena rubia. de Yadira, la trapecista. Una tarde alguien de la aldea comentaba en voz alta para que yo lo oyese que Maricarmen, su nombre bautismal, se había desposado a un rico mercader de plumas de aves exóticas y vivía en una casona de madera sobre pilotes en un estuario del río Orinoco.
Entonces fue cuando forjé el plan despiadado del rescate. Durante meses me dediqué a preparar lo que llamaba la expedición. Reuní cuartos. Almacené vituallas. Estudié geografía y las viles artes de la navegación a velas y me lancé a solas en busca de mi amor prohibido.
Nadie supo de mi huída. Ahora llevó tres semanas al pairo y ya los alimentos se reducen a una galleta diaria con un poco de té amargo. Los escualos rodean la nave en espera del suculento banquete. Mi rumbo indica que estoy dando rodeos a una corriente marina que no me llevará a ningún lado. Estoy, eso sí, tan deprimido que me da lo mismo morir que vivir.
He comenzado a conversar con las sombras.
Entrega 2.
Las paredes de la mazmorra hieden a secos excrementos humanos. La mugre cubre todo el espacio. No hay ventanas. Es la oscuridad absoluta. Por debajo de la fuerte puerta de hierro se cuela una tibia atmósfera de luz y calor. El musgo y la sangre seca lo acaparan todo. No sé cómo llegué a este lugar. No reconozco en qué lugar del planeta estoy. Es una cárcel y alguien se mueve a unos pasos de mí. Estoy echado en el suelo. me han encadenado una pierna a una pared. Siento como la gruesa cadena de metal me muerde las carnes.
"No te muevas. Ya te acostumbrarás. Soy Romueldo". La voz sale de entre la penumbra. Quebrada con un dejo afeminado. No logro discernirlo. Me tomará dos días reconocer el bulto de Romueldo. "Estás en Barquisimeto. Te trajeron ayer. Come un poco. Nos alimentan cuando el guardia se acuerda que existimos".
Tanto el suelo y toco un pedazo de pan duro y una escudilla con un líquido. Bebo, tengo mucha sed. Entonces preguntó: "¿Has oído hablar de Yadira?"
-:No. Llevo meses en esta posición. Me falta poco para que me ejecuten.
La palabra cae como un plomo en mi corazón. -"¿Estoy en la cárcel?"
-"No, peor, en las mazmorras de la Inquisición."
1 comentarios:
El dibujo me quedó "matao".
8:20 a. m.
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