Yadira 2
Entrega 1.(10 de enero 2009)(revisión ortográfica 11 de enero 2009).
Me había dicho que nunca nos volveríamos a ver, una tarde escuálida de marzo y se había marchado en el velero a recorrer distancias ignoradas con su familia de saltimbanquis.
A partir de ese aciago día no supe si estaba viva o no. Mi labor de escribano a sueldo del Marqués de Ponteyedro me obligaba a permanecer en la aldea a pocas leguas del puerto de Isabela la Ciega, desde dónde ella había partido una tarde de septiembre. Habitaba gracias al generoso sueldo del noble, una casucha de maderas labradas, al doblar de la iglesia de la aldea. Jugaba algunas noches ajedrez con don Benigno, el párroco, quien me prestaba libros del Cervantes y alguna que otra poesía. Discutíamos amigablemente los entuertos del Quijote y nos reíamos como chiquillos de las travesuras del Sancho. Mi amigo era mi confesor y me tiraba de la lengua para que sacase si entre la muchacha y yo había habido negocio carnal. Yo era inocente. Ella, no lo sabía. tenía yo entonces 18 años y recién terminado los estudios del bachillerato cuando mi padre fue asesinado, diz que por cuestiones de unas tierras que un primo del Marqués deseaba como coto de caza.
Miraba, eso sí, el mar cuando en el bochorno del verano caminaba distraido y rememoraba aquellos lindos labios, y la melena rubia. de Yadira, la trapecista. Una tarde alguien de la aldea comentaba en voz alta -para que yo lo oyese- que Maricarmen, el nombre bautismal del objeto de mis amores, se había desposado a un rico mercader de plumas de aves exóticas y vivía en una casona de madera sobre pilotes en un estuario del río Orinoco.
Entonces fue cuando forjé el plan despiadado del rescate. Durante meses me dediqué a preparar lo que llamaba la expedición. Reuní cuartos. Almacené vituallas. Estudié geografía y las viles artes de la navegación a velas y me lancé a solas en busca de mi amor prohibido. La nave pertenecía al Marqués.
Creo que nadie se había enterado de mi huída por unos días. Ahora llevó tres semanas al pairo y ya los alimentos se reducen a una galleta diaria con un poco de té amargo. Los escualos rodean la nave en espera del suculento banquete. Mi rumbo indica que estoy dando rodeos a una corriente marina que no me llevará a ningún lado. Estoy, eso sí, tan deprimido que me da lo mismo morir que vivir.
He comenzado a conversar con las sombras.
Entrega 2.(11 de enero 2009)
Las paredes de la mazmorra hieden a secos excrementos humanos. La mugre cubre todo el espacio. No hay ventanas. Es la oscuridad absoluta. Por debajo de la fuerte puerta de hierro se cuela una tibia atmósfera de luz y calor. El musgo y la sangre seca lo acaparan todo. No sé cómo llegué a este lugar. No reconozco en qué lugar del planeta estoy. Es una cárcel y alguien se mueve a unos pasos de mí. Estoy echado en el suelo. me han encadenado una pierna a una argolla a dos palmos de altura en lapared. Siento como la gruesa cadena de metal me muerde las carnes. Es mejor quedarse sentado. Caminar es una tortura.
"-No te muevas. Ya te acostumbrarás. Soy Romueldo".. La voz sale de entre la penumbra. Quebrada con un dejo afeminado. No logro discernirlo. Me tomará dos días reconocer el bulto de Romueldo. "Estás en Barquisimeto. Te trajeron ayer. Come un poco. Nos alimentan cuando el guardia se acuerda que existimos".
Tanteo el suelo y toco un pedazo de pan duro y una escudilla con un líquido. Bebo, tengo mucha sed. Entonces preguntó: "¿Has oído hablar de Yadira?"
-:No. Llevo meses en esta posición. Me falta poco para que me ejecuten. He perdido el ritmo de los días y las noches.
La palabra cae como un plomo en mi corazón. -"¿Estoy en la cárcel?"
-"No, peor, en las mazmorras de la Inquisición. En las Indias."
Entrega 3. (12 de enero 2009)
Le había mentido a don Benigno sobre el comercio carnal con Yadira, la trapecista. Ella con sus catorce abriles me superaba en experiencia de la vida. Nuestros minutos de pasión se consumían bajo la carpa donde ella me guiaba entre chiquillos de animal herido por los vericuetos de lo prohibido. Numerosas veces habíamos pecado, incluso contra Natura. Ella era una experta en los desmanes de provocar orgasmos.
-Quiero que seas el padre de mi hijo.
Yo me entregaba por amor. Ella, Maricarmen, sin apellido, de madre cirquera y sin conocer la identidad paterna, por un capricho genético. Era mejor un joven adecentado que los borrachines a quienes su madre la rentaba por minutos. Por supuesto que fingía ante el párroco todo aquello.
-Eres un tontuelo. - y me palmoteaba suavemente el hombro.- Esos amores de juventud se disipan pronto. Estoy en hablas con don Francisco, el que tiene la granja al doblar del camino. Tiene tres hijas casaderas, y no abundan los mozos con tres reales en el pueblo.
Quizás eso también hubo de ayudar en mi fuga en busca del amor imposible. Aunque reconozco que don Benigno era como un padre para mí.
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