Cuando adolescente tenía dos intereses: el ajedrez y las ciencias. De estudiante universitario me percaté que una cosa era jugar en las ligas menores y otra chocar con la ciencias de verdad. Entonces empecé a reconsiderar mis probabilidades. Escribí a los 19 una obra teatral de un acto cuyo título guardo en la memoria, y cuyo contenido arrojé a la papelera hace medio siglo. Luego me dio por el cine, pero la piñita del ICAIC me regresó a la realidad al negarme la entrada a ese organismo. Entonces, escribí poemas tan malos que fueron desahuciados en los premios locales, Por aquel entonces solamente podíamos aspirar a los premios de la Casa de las Américas o la UNEAC todos en La Habana, nada de exposición internacional.
Luego vinieron los cuentos. Y al parecer me iría mejor viviendo del cuento. Recibí una mención y uno de mis cuentos fue publicado por la CEU (Comisión de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana). Entonces apareció Angola, y mi decisión de negarme a ir a pelear a ese distante país lo que provocó que me botaran del trabajo que desempeñaba como profesional (Licenciado en Filología) y me convirtiera en un jardinero hasta que en enero del 1984 emigré hacia Panamá.
De ese país centroamericano salté a Miami seis meses más tarde. Y a pugilatear los frijoles. Años de sequía intelectual. De apuros económicos. De vivir de cheque en cheque. De contar monedas para comprar un dólar de gasolina y poder ir a a trabajar. No eran tiempos para la literatura. Entonces apareció el milagro. Mi primer ordenador y con él el programa WORD con el que recomencé a escribir cuentos cortos, pequeñas viñetas. Una se publicó en una antología sin que me ganara un real.
Y a principios de los 90 mi primera novela. Rechazada, aumentada, vuelta a rechazar hasta que le tocó la muerte silenciosa en el fondo de una gaveta.
Parí de nuevo, soy cabezón y no me doy cuenta de las cosas, hay que decírmelas muchas veces. Ahora concursos , casas editoriales, agentes literarios y más cartas de rechazo. Un entierro honorario junto a la otra pieza occisa.
Perro huevero, aunque le den candela. Y volví a parir, una y otra vez como una analfabeta mujer de pueblo a quien el marido preña cada invierno para parir cada otoño. Ahora , he aprendido algunas reglas. Y por eso someto a mi cuarto hijo -novela- a la ávida glotonería de lectores anónimos en el TallerNovela de Yahoo Groups. Los invito que la lean bajo el nombre de Los diarios de Silvia, y me cuenten luego la impresión. ¿qué más puede pedir un jubilado? Que lo lean y le ofrezcan opiniones críticas y sugerencias para mejorar la debacle paritoria. Pues no hay dudas que seguiré pariendo obrejas, noveluchas, de eso sí estoy seguro.
Feliz sábado.
Wesbri
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